domingo, 15 de enero de 2012

Cadena Perpetua

Hace dos días volví a ver la película “Cadena perpetua”. No se si ya son quince o veinte veces las que la he visto. No me canso de verla y ya comienzo a estar impaciente de que la vuelvan a reponer en TV.

Es un canto a la amistad y a la esperanza; a la constancia y perseverancia en el trabajo. Cada minuto y cada diálogo es simplemente una maravilla. Se la puede analizar desde cualquier punto de vista, pero en esta ocasión le he encontrado un paralelismo entre el infierno que padece Dufresne (Tim Robbins), condenado injustamente, y el padecimiento de la clase trabajadora durante la actual crisis que estamos padeciendo, también injustamente. 


En los dos casos, la ambición de poder y económica pasa por encima de los derechos de las personas, por encima de la justicia. Sin embargo,  en los dos casos, la amistad y la solidaridad es lo que les mantiene con fuerza para poder superar el éxodo por el desierto que suponen tanto la prisión como las situaciones de desempleo, desahucios y explotación que estamos viviendo. Zihuatanejo, ciudad mexicana, era el futuro deseado por Andy Dufresne. Era su esperanza, la tierra prometida, algo que sus amigos en prisión no tenían. Estaban entregados y no querían ilusiones. Creían que la esperanza no era buena, que les produciría dolor más que otra cosa. No soñaban con un mundo distinto, aceptaban el suyo como algo inevitable.

He de confesar que cuando se consume esa venganza, trabajada durante tantos años (con la caída del sistema corrupto y la desaparición o encarcelamiento de sus dirigentes), me produce una sensación de placer incontrolable. 

Pero siguiendo con el paralelismo entre película y crisis, o mejor dicho, y movimiento obrero,  es especialmente emocionante la escena en la que el protagonista, gracias a su pericia y valor,  consigue un par de cervezas para sus compañeros que están trabajando en el arreglo del tejado. Pero él, a pesar del calor insoportable,  no disfruta de esas cervezas. Y sin embargo, mientras sus amigos están casi en estado de éxtasis, él simplemente sonríe. Nadie comprendía la situación. Solamente Red (Morgan Freeman), su amigo más cercano,  le entiende: su objetivo no eran las cervezas. Su esfuerzo había cambiando la realidad, y eso le hacía sentirse alguien. Esa nueva realidad suponía una alegría para los suyos, para los que le importaba. Era la satisfacción de ver los resultados de la lucha y el esfuerzo.

A partir de ese momento cambia su estrategia. No basta tener claros los objetivos, hay que manejar inteligentemente los tiempos, controlar las emociones y proceder a estudiar para conocer al enemigo (Sistema capitalista y sus dirigentes). Comienza a hacer realidad la concepción que tenía Aristóteles sobre el valor: “Quién ataca siempre es un temerario. Quien no ataca nunca es un cobarde. El valiente es aquel que ataca cuando está convencido de que su actuación va a suponer un avance en la conquista de los objetivos”. Es una actitud que deberían tener muchos/as dirigentes políticos y sindicales. Demostrar inteligencia para no darle armas ni argumentos al enemigo; actitud de lucha pero con una buena dosis de prudencia para no llevar a los demás, aparentando radicalidad, a situaciones sin salidas. Y convencimiento de que el tiempo apremia. No podemos esperar a que nos ocurra como al recluso más antiguo de la prisión, que pierde su identidad y no sabe ni encuentra su ubicación.

Y lo más importante, la actitud y actuación durante la lucha debe suponer un ejemplo para los y las  demás. Es la coherencia, y no la teoría, lo que convence de que (en palabras de la película): “La esperanza es una cosa buena, quizas la mejor. Y las cosas buenas nunca mueren”. 

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